Ciento diez pulsaciones.
Tengo cinco años y acabo de bajar del coche de mi madre. Llego un poco tarde y para compensar ya llevo el baby puesto, lista para el primer día de clase. Al entrar al aula me llama la atención un jersey de color llamativo cuya dueña no reconozco: niña nueva.
Sin previo aviso mis piernas me traicionan y me quedo plantada en la puerta, congelada. Llama su atención y se vuelve hacia mí. Me mira.
Ciento veinte pulsaciones.
Primera mirada, y al devolvérsela me da un vuelco el corazón. Con pausa compensadora posterior, no es una expresión. Sufro mi primera extrasístole ahí mismo. Esa parte del miocardio que no debería tener actividad eléctrica propia genera un impulso que se me propaga al resto del corazón y dispara el latido extra.
Setenta pulsaciones.
He vivido durante más de quince años con miedo a entrar en shock y morir. Me encuentro de forma casi constante al borde de la taquicardia, y temo al día en que ésta se convierta en extrema. Todo por la presencia de esa niña nueva que me aceleró el pulso ese primer día de clase. Sería tan fácil como alejarme de ella, pero no soportaría vivir un minuto dejando al azar el volver a verla.
Nos mantuvieron en la misma clase durante los siete años restantes de educación elemental. Me aseguré de matricularme en el mismo instituto, incluso indagué cuáles serían los estudios superiores de su elección y la seguí, para coincidir con ella en la facultad.
A fuerza de compañerismo, se estableció una vaga amistad entre nosotras. Mi fragilidad cardiaca no me hubiera permitido tener una relación demasiado cercana durante tanto tiempo.
Setenta y cinco pulsaciones.
Sólo la expectación de verla aparecer por la puerta me dispara el pulso. Con más razón de un tiempo a esta parte, ya que no he podido evitar que nuestra distancia se estreche. Un par de amigos íntimos en común y una serie de encuentros casuales está elevando nuestro estatus de conocidas a algo más.
Confío bastante en mi habilidad para mantener el tipo, pero temo que sus gestos amistosos se vuelvan demasiado físicos y revelen mi debilidad.
Ochenta pulsaciones.
Algo se huele. Desconoce los detalles de mi afección, por supuesto, pero algo en su mirada me dice que ha captado más de lo que me gustaría en la mía.
Noventa pulsaciones.
Cita de estudios ineludible. Maldigo al inventor de los trabajos en grupo y a mi insensatez al aceptar formar parte del suyo.
Por si fuera poco los otros tres componentes no estaban libres para el retoque final y hoy somos sólo las dos.
Por supuesto que en la biblioteca no se puede discutir sobre nada. Mi casa entonces, estupendo. Para qué discutir.
Noventa y cinco pulsaciones.
En mi opinión no necesita sentarse tan cerca para convencerme de cuál es la mayor influencia del constructivismo estructuralista. Francamente, dudo que quedárseme mirando a los ojos con la boca entreabierta ejerza ninguna influencia positiva sobre mi incipiente taquicardia.
Cien pulsaciones.
Estoy bastante segura de que besarme sin previo aviso no es algo que mi cardiólogo recomendaría.
Pero yo no pienso en mi cardiólogo, ni en el retumbar de mil tambores de batalla que amenaza con descarrilar. Ya nada más tiene sentido, ni me importa.
Ciento diez pulsaciones.
Mientras caemos en la cama y nos despedimos de las últimas prendas también deja de importarme el zumbido de alarma que mi pecho bombea garganta arriba. No oigo, no veo, no la siento sino a ella.
Ciento quince pulsaciones.
Creí que el corazón me estallaba. Literalmente. Al alcanzar el clímax está más que cercano a escapárseme del pecho.
No consiento que se vaya a ninguna parte. Aún no. Ahora no, con sus ojos en los míos y el mundo en sus labios.
Noventa pulsaciones.
Toda mi vida he tenido la sensación de que me faltaba algo, que estaba incompleta. Siempre he esperado pacientemente, como si tuviera por cierto que vendría. Tendida con ella, empiezo a sentir como la intranquilidad desaparece. Me encuentro completa, puedo sentirlo. Y mi amigo fibroso también. Por fin se está tranquilizando, noto como se relaja.
Sesenta y cinco pulsaciones.
Casi sin darme cuenta mi ritmo cardiaco ha descendido hasta igualar el suyo.
Cincuenta pulsaciones.
Puedes creerlo, de la taquicardia a la bradicardia en apenas diez minutos. No me altero, sería imposible.
Treinta pulsaciones.
Al dejar atrás las veintiocho pulsaciones sonrío, estoy batiendo el récord de Indurain. Comprendo que no hay tiempo para marcapasos alguno. La miro por última vez, durmiendo sobre mí.
Sonrío de nuevo, y cierro los ojos.
Sunday, November 18, 2007
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5 comments:
maravilloso y cardiáco. Lo tendré en cuenta para el "pos" jeje. Muahh
Oye, hasta ahí llego, eh? Lo de la "a" con tilde, has sido producto
de mi acelerón ritmico. ¡Pufff!
Bonito pre,durante y pos. Precioso.
Muchos beso, mi Rowling preferida.
(entre otras muchas cosas más)
Me alegro que te haya gustado.
No era necesaria la aclaración, se notaba el lapsus, aunque exageras...
Muchos besos, preciosa
A mí también me ha encantado el texto, es muy enganchoso!
Muakas!
xaxaoc
Xaxa! :$ Hm, más feedback positivo... La verdad es que me ha quedado un poco... hm, que le falta algo, para lo que quería escribir, pero whatevs.
Re-Muakas!
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