Sunday, April 22, 2007

"Te voy a hacer enfadar"

Lo hago solo porque no me permito dejar de hacerlo. No es real. Y la verdad es que no creo, en el fondo, que dos personas que se conozcan demasiado bien puedan realmente quererse la una para la otra. No al tiempo. La conjunción de circunstancias pares, redondas y primas, infinitesimales y/o irreducibles que deberían darse símplemente es imposible. Si una de ellas, creyendo conocer a la otra, sigue convencida, debe ser por un malentendido. Y la otra, en ese caso, lo vería como un deseo sospechoso; como si la buscara debido a alguna tara emocional o de naturaleza vergonzosa de la primera. No sabemos cómo manejarnos; ni los unos a los otros, ni siquiera a nosotros mismos. Nunca lo admitiremos.

Somos demasiado feos. Todos, por dentro. Y no sólo interiormente, lo demostramos en cada expresión facial, en cada uno de nuestros gestos. Son torpes, chirrían; y, cuanto menos, resultan insuficientes. Puede parecer que tenemos estilo -estilos, incluso-, clase, dignidad, comedimientos y autocontrol. Pero es una fachada que se deshace fácil y rápidamente. Una ilusión. La fealdad está ahí, la tenemos todos sin excepción, y una vez se nos ve el plumero, no hay marcha atrás.

Por mucho que intentemos hacernos saber, explicarnos con palabras y acciones, que sepan lo que queremos, que quede claro. El resto da igual, cuanto menos se sepa mejor, que se queden con las ganas, dándole vueltas, elucubrando. Pero, qué miedo, que no confundan lo que queremos y dejemos de querer.

Lo intentamos disfrazar con palabras dulces y gestos apreciativos, algunos más inocuos que otros. Da igual quién sea la parte que se lo piense mejor, se rinda o abra los ojos.

Cuanto peor se pone la cosa, más fácil es. Lo vemos todo con la claridad superior que concede la desesperación. Con las partes que no quieres imaginar, que no te gusta imaginar, que odias imaginar y no puedes parar, precisamente de eso, de imaginar. Si te lo niegan, sientes que te consumes por estar ahí. Si lo has conseguido, lo sientes como una obligación y en lo único en que puedes pensar es en cuánto estás odiando estar aquí y en escapar.

Para luego dedicarnos a tratar de convencernos a nosotros mismos que disfrutamos del vértigo, la puntería, la velocidad, la tensión y la tirantez que nos producen las envidias, celos y deseos de soledad y autorrealización.

Es así.

Ya he vuelto a perder la ocasión de irme. Levantarme e irme, hubiera sido tan fácil como eso. Y aquí me he quedado sentada.

0 comments: