Ayer llovió en Santander. Me encanta la lluvia. Como estaba un poco depre, me aupé al ventanuco de mi buhardilla y asomé una mano para sentir las gotas.
El agua de lluvia huele tan bien, que tuve que sacar los dos brazos. Así me quedé un buen rato, con la mejilla sobre el marco del ventanuco y los brazos abrazando el tejado, con las palmas sobre las tejas húmedas. Había charquitos entre ellas, y de vez en cuando me salpicaba algo de agua a los ojos.
Así que los cerré. Hasta ese momento me había centrado en el olor de la lluvia y en el tacto de las tejas húmedas. Empecé a darme cuenta del sonido de las gotas chocando con el tejado. El sonido de la lluvia contra las tejas de mi casa. El sonido del agua encharcandose en el marco del ventanuco de mi habitación.
Estaba tan absorto en el sonido que no me reparé en la fuerza con la que me asía a las tejas. La izquierda empezó a traquetear bajo el peso de mi mano. No me daba cuenta, pero, acariciando el agua de lluvia sobre el tejado, me había puesto a mecer a las tejas.
Volvió el olfato. La brisa iba en dirección a la bahía y traía olor a tierra mojada. Siempre, desde pequeño, el olor a lluvia me ha hecho pensar en un gran jarrón de barro.
Qué gran invento el botijo. Metes la nariz y ahí lo tienes siempre, olor a lluvia.
Y qué seríamos nosotros sin los olores. Más dichosos probablemente. Menos melancólicos también.
Para bien o para mal.
Sunday, August 21, 2005
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1 comments:
guiño, guiño
sorry por el comienzo, dat, si quieres te pago copyright...
jejejeje
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